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El secreto de sus goles

Carlos Marañón
Actualizado a

Caray con Camla. Jura y perjura que esto del fútbol no va con él, pero tiene asiento de tribuna en el corazón de los futbolerocinéfilos. Primero, por mostrar cómo el amor a Racing de Avellaneda delataba a un criminal en El secreto de sus ojos. Y segundo, por ponerse a los pies (con botas de tacos) de los niños, pues para ellos es esta película abiertamente menottista (subsector valdanista), cero bilardista: Futbolín, castizo título suplente del Metegol argentino, muestra las venas abiertas del fútbol latinoamericano por donde fluye el espíritu de los punteros zurdos de Benedetti y del fair-play a sol y a sombra de Galeano.

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Aquí se juega al otro fútbol, el que eleva al aficionado y pone en su sitio al club, al futbolista e incluso a la pelota, que en verdad nada serían sin la pasión del hincha. Y todo eso lejos de la dura realidad. O eso intentaron. Porque el malo es un Cristiano con la napia de Ibra, aunque sin Messi, y porque se intuyen palomitas de Poy y ecos canallas (homenaje a Fontanarrosa, autor del cuento e hincha de Rosario Central) alrededor de unos colores pretendidamente neutrales. Hasta que apareció el simpático Club Atlético Aldosivi de Mar del Plata reclamando sus listones verdes y amarillos.

Animación nacarada de aire nostálgico con tecnología como para golear a Pixar, rehuye los partidos eternos de Oliver y Benji (icono del género pelotudo) y se humaniza con su mayor logro: la caracterización traviesa de los diminutos héroes, que convierten un juego de niños en una pasión de multitudes.

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