Un grito al mundo del fútbol

El fútbol pasa por ser el arte de lo inesperado, una ficción en sí mismo, a veces delirio y otras, locura. Apasionado siempre, a veces lotería y, de vez en cuando, actúa como Robin Hood, que le robaba a los ricos para dárselo todo a los pobres. Todo eso, y algo más, le dio la victoria a Las Palmas en la sagrada montaña de Montjuïc, lugar de sueños, de donde salió triunfante con todas las de ley. Nunca le perdió la cara al duelo. Más bien, todo lo contrario.

A sus futbolistas les pidió Diego Martínez, que ya ganara en Barcelona con el Granada, que supieran sufrir. No solo lo hicieron sino que, además, el disfrute alcanzó un estado de plenitud de los que se recuerdan muchísimo tiempo. Se adelantó, aguantó y remató. Sandro verbalizó, en la que tantos años fue su ciudad, la buena cara de Las Palmas, que cuenta con un Fabio Silva en estado de gracia, ni que hubiera caído como un guante en Gran Canaria. El equipo insular, que había malgastado el comodín del Mallorca, se levantó colosal en la guarida ocasional del Barça, que afronta una alarmante cuesta abajo doméstica.

Un grito ahogado, un puñetazo en la mesa, un grupo de pibes entusiastas que le proclamó al mundo del fútbol que ellos también son capaces de ganarle a uno de los mejores equipos del Mundo y además, en su casa. Y, claro, jugando mucho y bien al fútbol.

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