Surfeando las olas
El Madrid define sus victorias en las distancias cortas, con un apuro evidente. Atrás quedó una actuación gris, con dos jugadores muy por encima: Mbappé y Bellingham.

El Madrid define sus victorias en las distancias cortas. Surfea las olas con dificultades, pero se mantiene en la tabla. Desde hace dos meses, ha ganado los partidos por un gol de diferencia, excepto los dos de ventaja que consiguió contra el Girona en febrero. Frente al Leganés regresó al margen más corto, con un apuro evidente. Requirió una remontada en el segundo tiempo para superar a un rival que vivirá con angustia el trecho final del campeonato, pero que dejó una inmejorable impresión en el Bernabéu. Una vez más, el madridismo se mueve entre la satisfacción de las victorias y el desconcierto que produce el juego de su equipo.
Al fútbol del Madrid le faltó pimienta. De ese asunto se ocupó González Fuertes, árbitro de profesión, pero más que discutible profesional. Siempre se ha caracterizado por un carácter y unos modos extemporáneos, en la tradición de “a mí no me levanta la voz ni el Tito”. Tenso por naturaleza, tiende a complicarse la vida y a provocar la irritación del personal. A su manera es un clásico del arbitraje español, con todo lo que eso significa en estos tiempos.
El Leganés terminó el partido con la hoja de reclamaciones en la mano y abundantes quejas, casi todas legítimas. Un partido para que Real Madrid TV se haga el lonchas. En todas las grandes decisiones –el penalti a Güler, la falta que precedió al tercer gol del Madrid y la discutida acción de Bellingham sobre Diego García en el área madridista–, el árbitro negó las demandas del Leganés. Los muchachos del VAR se tomaron la tarde libre y no dijeron ni pío.
Ancelotti recogió uno por uno a la delegación de internacionales que se dispersó la semana anterior por medio mundo. Confeccionó una alineación que favorecía el equilibrio de fatigas. Una mitad de los internacionales entre los titulares y otra mitad en el banquillo. Los que participaron en los partidos suramericanos –Valverde, Vinicius y Rodrygo– ingresaron bien entrada la segunda parte y no para estirar las piernas. El partido, como ocurrió contra el Rayo Vallecano poco antes de la ventana de selecciones, se le complicó más de la cuenta.
En los últimos 10 minutos, el Madrid se pertrechó defensivamente porque el Leganés generaba peligro, remataban y andaba cerca del gol. Atrás quedó una actuación gris del Madrid, con dos jugadores muy por encima de la media: Mbappé, autor de dos goles, uno de penalti y otro de tiro libre, y Bellingham, que le dan cuerda y no para. Thomas Tuchel, el alemán que dirige la selección inglesa, ha comentado que Bellingham necesita medir mejor sus esfuerzos, pero reservar energías no figura en el ideario del centrocampista. Un ejemplo: marcó el gol del empate como un ariete de toda la vida, rapiñando la pelota en el área, y fue el único que siguió a Diego García hasta el mano a mano con Lunin.
Los kilométricos esfuerzos de Bellingham no animaron a Arda Güler, jugador exquisito que juega como si fuera una figura de los años 60. Rara vez se remanga. El público quiere verle porque tiene clase, pero irrita su tendencia a la molicie. Ancelotti le concede oportunidades que el joven turco no se decide a aprovechar. Ahora que llegan los grandes temporales futbolísticos, a Güler le costará encontrar un momento para jugar.
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