Pasaba por aquí | Rafa Cabeleira

Flick y el santo reproche

Las envidias se tejen en silencio y tarde o temprano llegará el ataque de importancia

Flick y el santo reproche
LLUIS GENE | AFP
Rafa Cabeleira
Actualizado a

La insatisfacción crónica también es ADN Barça, una mutación capital de la que Hansi Flick ya debiera ser consciente a estas alturas del curso. Y lo es fuera del vestuario, donde abunda el aficionado temeroso de que las cosas se estén haciendo demasiado bien, pero también dentro, donde algunos de sus futbolistas tuercen el morro con demasiada comba cuando no ven su nombre en la pizarrita. Es lo natural en un equipo con una veintena de profesionales de los cuales solo pueden jugar once, como natural es que al entrenador se le hinchen las narices de tanta pose, tanto teatrillo y tanto reproche.

Da la sensación de que Flick ha intentado llevar el vestuario como una familia, al menos hasta ahora. Es su estilo. Lo hizo en Alemania, donde repartía abrazos entre los suyos como esos padres que intentan abusar de la zanahoria para no tener que andar a palos todo el día. Lo han contado futbolistas como Havertz o Musiala, principales receptores de su cariño en aquellos tiempos, pero lo que no explicaron nunca es que la actitud amable de Flick también acarrea una serie de contraindicaciones: siempre hay uno, o dos, o diez, que se molestan porque en un vestuario profesional no es tarea sencilla la de repartir carantoñas, pues todo se percibe como una elección.

Lidiar con gente tan joven comporta los mismos riesgos que transportar dinamita en una vieja carreta. Las envidias se tejen en silencio y tarde o temprano llegará el ataque de importancia, uno de los grandes defectos del futbolista desde que aprende a atarse las botas, máxime en estos tiempos donde representantes, amigos y familias se pasan el día diciéndole al representado, al amigo o al niño lo bueno que es.

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El Flick padre y el Flick instructor escuchan y actúan, conocen de sobra el manual de instrucciones del talento y los caminos de la disciplina. Los jóvenes son jóvenes y él parece percibir, mejor que nadie, los peligros de construir un proyecto tan solo sobre afectos. Harían bien los disconformes en escuchar más y gesticular menos. O en hacer un favor al equipo y no pensar que el favor se lo debe el equipo a ellos.

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