Entrenador Scaloni y senador Romario

Argentina recibió anteanoche (para nosotros) a Brasil ya clasificada para el Mundial 2026, una vez producido el 0-0 entre Bolivia y Uruguay, y coronó el encuentro con un resultado muy bonito, 4-1, que ya ite la palabra goleada. Lo que se vio entre una cosa y otra fue la distancia que hoy en día media entre estos dos equipos, uno campeón del mundo, bien dirigido por el mismo técnico que le llevó a ese título, y el otro en búsqueda de no se sabe qué, con muy buenos delanteros pero nada por detrás para alimentarlos. Daba lástima ver a tan estupendos atacantes vagando como pecios a la deriva en un mar albiazul.

Fue, a pesar de la diferencia de juego y la falta de incertidumbre del resultado, que se decantó muy pronto, un partido bravo y bronco, como lo son todos entre estas dos selecciones, que llevan un siglo largo disputándose la primacía en aquella región de la tierra. Venía además recalentado por una bravata de Raphinha, en realidad forzada imprudentemente desde la red por Romario, hoy senador brasileño. Los argentinos, Dibu Martínez a la cabeza, le hicieron sentir a Raphinha todo tipo de desaires, hasta convertir la retirada al descanso en una fricción colectiva que amenazó con convertirse en una pelea de gallos.

Al final le preguntaron a Scaloni por el desatinado desafío de Raphinha y no entró al trapo, le quitó importancia. Ya le vimos durante el segundo tiempo hacerle gestos al Dibu cuando adoptaba actitudes burlonas. Bien por Scaloni. Un líder es tanto más positivo cuanto más decentes son sus actitudes. Al fútbol le sobran malos modos, su naturaleza tiende a inflamar ánimos atrabiliarios, y es muy de desear que quienes ocupan puestos de responsabilidad y jerarquía aprovechen su posición para enfriar cabezas en lugar de calentarlas. Una lección del entrenador Scaloni al senador Romario. También en eso ganó Argentina.

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