OPINIÓN

El desvarío de Alcaraz

Su desbarre del viernes en Cincinnati fue un comportamiento poco ejemplar para un deportista de élite. Alcaraz lo sabe y ya ha pedido “perdón”. Siempre aprende rápido.

Carlos Alcaraz busca una pelota en su partido ante Gael Monfils,
Susan Mullane
Juan Gutiérrez
Subdirector de polideportivo. Ha desarrollado toda su carrera en AS desde 1991. Cubrió dos Juegos Olímpicos, siete Mundiales de ciclismo y uno de esquí, 12 veces el Tour y la Vuelta, seis el Giro… En 2007 fue nombrado jefe de Más Deporte, puesto que ocupó hasta 2017, cuando ascendió a subdirector en las áreas de Motor, Baloncesto y Más Deporte.
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Las dos últimas imágenes que tenemos de Carlos Alcaraz sobre una pista de tenis son dos brotes emocionales de diferente índole. Le vimos llorar en París, después de perder la final olímpica ante Novak Djokovic, roto por la ocasión perdida de colgarse un oro en unos Juegos. Doce días después, le hemos visto destrozar una raqueta contra el suelo en su debut en el Masters 1.000 de Cincinnati por su impotencia ante Gael Monfils. No sabemos si las dos fotografías contienen algo en común, si hay algo más en la vida personal de Alcaraz que ha florecido con esas dos derrotas. Detrás de una estrella del deporte siempre hay una persona con sus propios problemas. Por eso no es bueno juzgar los sentimientos ajenos. Lo que sí se puede juzgar en un deportista de élite son los comportamientos poco ejemplares. Su desbarre del viernes lo fue. Aunque tampoco es necesario meter más el dedo en la llaga, porque Alcaraz lo sabe y ya ha pedido “perdón” por ello. Lo importante en estos casos es extraer aprendizajes.

Su desvarío fue rápidamente comparado con la modélica gestión en estos casos del principal referente del tenis español, Rafa Nadal, que nunca ha roto una raqueta. Ya puestos, se le podría haber comparado también con Novak Djokovic, que es justo lo contrario y, pese a ello, ostenta el mejor palmarés de la historia. Las comparaciones no llevan a ningún sitio. Carlitos tiene que hacer su camino. A sus 21 años, ya ha ganado cuatro títulos de Grand Slam, dos de ellos en la presente temporada, y ha ocupado el número uno del mundo. Su carrera deportiva es estratosférica. Dentro de la pista, progresa rápido. Pero ahora ha aprendido también que tiene que saber atemperar sus emociones, provengan de lo deportivo o de lo personal. Los grandes deportistas no se calibran solo por las victorias. También son un ejemplo. Un espejo en el que muchos se sienten reflejados. Seguro que ha tomado nota.

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