Opinión

Cuando un equipo vuelve a ser comunitario

Giraldéz recuperó el fútbol atractivo que siempre ha intentado hacer el Celta.

Aspas celebra un gol con el Celta.
EDUARDO CANDEL REVIEJO | DiarioAS
Lucía Taboada
Actualizado a

“Pero qué celebran, si no han ganado nada”, leía esta semana en redes sociales respecto al Celta. Aparecieron, claro, los habituales policías de las celebraciones ensañando sus placas plomizas y pidiendo dispersión. Son esos seres cenizos y burocráticos que solo entienden los festejos como consecuencia de los títulos.

El celtismo celebró el pasado domingo porque el Celta ha ganado muchas cosas esta temporada, entre ellas el sentido de pertenencia perdido. Se había extraviado con el pragmatismo narcótico de Rafa Benítez. Bajo su mando, el Celta no llegó a alinear por primera vez ni a un solo canterano. Hubo momentos en los que el equipo se convirtió en lo más parecido a ver a personajes extraños de un videojuego moverse por una pantalla. A Benítez, desde la cantera, le sucedió Claudio Giráldez que recuperó el fútbol atractivo que siempre ha intentado hacer el Celta sumándole la dosis precisa de identidad.

El 6 de junio de 2009 debutó Iago Aspas en Balaídos salvando al Celta de su descenso a Segunda B. Ese día Fer López tenía seis años, los mismos que Yoel Lago, Hugo Álvarez o Javi Rodríguez; Damián Rodríguez tenía siete o Pablo Durán nueve. Todos han subido a jugar con Aspas, al primero equipo, de la mano de Giráldez. El técnico, criado a quince kilómetros de Vigo, les empezó a dar la oportunidad justa y precisa, mostrándoles la paciencia como arma. Y a los veteranos les dio un papel protagonista, pero ecuánime. “Me ha cambiado la vida. Es el mejor entrenador que he tenido”, decía Borja Iglesias el pasado 23 de abril. Lo decía un jugador que ha empezado muchos partidos desde el banquillo esta temporada.

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En el fútbol no hay nada peor que un equipo que se aleja de la comunidad que lo rodea. Un buen entrenador tiene que conseguir justo lo contrario: acercarse a ella, sentirla, incluso malcriarla. Entre otras cosas eso celebraba la afición del Celta el pasado domingo: que su equipo vuelve a ser comunitario de la mano de Giráldez. El fútbol como puerta de entrada a un apego mucho más profundo: a la ciudad, a las raíces, a la memoria, a la familia

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