Como dijo Maradona, la pelota no se mancha
El mundo del toro, en el que en el siglo XIX eran comunes las grandes discusiones antes de las corridas (que si Lagartijo, que si Frascuelo…), acuñó ya en aquel tiempo un dicho: “Cuando sale el toro, todo el mundo se sienta”. Me vale para lo que hemos vivido en esta final de Copa, precedida de una insoportable colisión entre el cebollinaje del arbitraje nacional y ese florentinato saboteador e intrigante, todo ello con Louzán haciendo el Don Tancredo en amistosa cena en Los Reales Alcázares con el presidente Laporta, convicto de haber pagado durante años al en su día vicepresidente del CTA, Enríquez Negreira.
Las 24 cochambrosas horas previas terminaron cuando se movió el balón, que vino a avalar una vez más aquel aserto de Maradona: “La pelota no se mancha”. Fue una gran final, jugada con coraje y nobleza, ráfagas de buen juego, emoción máxima y hasta bien arbitrada por la pareja que en la víspera hizo subir el pan con sus declaraciones. El fútbol es grande, tanto que se eleva sobre sus propios vicios, que son muchos, y es capaz de ofrecer espectáculos como este, más de 120 minutos de intensidad, alternativas y verdad. La final fue ganada finalmente por el Barça, pero con el perdedor, el Madrid, rayando a gran altura.
La primera mitad fue para el Barça, en el juego y en el marcador (1-0), ante un Madrid desastroso. Ancelotti lo remedió metiendo jugadores mejores (Modric, Mbappé y Güler) que los que retiró y la reacción fue tremenda, llegando a desdibujar al Barça y a voltear el resultado. El mérito del campeón fue rehacerse y llevar el partido a la prórroga, donde consiguió imponerse. Justo al final, al parar el balón, parecía volver la gresca con una actitud impresentable de Rüdiger, pero Ancelotti y Flick sosegaron la situación. El fútbol español arrastra el conflicto Madrid-CTA, pero ofreció al planeta una imagen para sentirnos orgullosos.
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