Un correo electrónico llevó a Lamine Yamal del Espanyol al Barcelona

Igual que la servilleta con la que se firmó a Lionel Messi, cuya actuación en un Trofeo Gamper años más tarde quebró una cesión al Espanyol que ya estaba apalabrada, un correo electrónico es el símbolo de la unión entre el Barcelona y Lamine Yamal en detrimento del club perico. Porque cuando el atacante tenía tan solo seis años, estuvo muy cerca de vestir la camiseta blanquiazul. Y eso es precisamente lo que aceleró su fichaje por el Barça.

Eran las primeras semanas de 2014, el año en que moría Gabriel García Márquez o cambiaba de manos la monarquía española, e Isidre Gil, observador azulgrana desde 1998 en las comarcas de Vallès Oriental, Maresme y Osona, situadas al norte de Barcelona, en uno de sus frecuentes os con clubes de la zona preguntó al coordinador de La Torreta, Juan Manuel Gascón, si contaba entre todo su fútbol base con algún chaval destacado, digno de ver. Y no dudó en darle un nombre propio.

Era, naturalmente, un Lamine Yamal que había empezado a jugar en la escoleta de La Torreta en 2010, cuando sus padres se separaron y su madre, empleada en una cadena de comida rápida, fue trasladada a un restaurante de Granollers, muy cerca de La Roca del Vallès, de donde es el club.

Tal fue el interés de Gil por descubrir el talento de ese niño que, al día siguiente de la recomendación, aprovechó que disputaba un partido con los prebenjamines de La Torreta para presenciarlo. Y quedó prendado de sus aptitudes. Así que avisó a Óscar Hernández, que era captador del Barcelona para chicos de entre cinco y siete años en el Vallès, actualmente en el cuerpo técnico de Gabi Fernández en el Real Zaragoza.

Cuando Hernández quiso ir a verlo con sus propios ojos, Lamine se había marchado unos días al país de origen paterno, Marruecos. Así que no pudo dar fe de sus características, pero se fio plenamente de Gil. Y lo más importante: extrajo de Rafa Rodríguez, el presidente de La Torreta, una información privilegiada. Su club había cerrado a falta de firma un convenio de colaboración con el Espanyol, que ya se había fijado en Lamine, de modo que su marcha a la Ciudad Deportiva de Sant Adrià era inminente.

Se puso Hernández manos a la obra para adelantarse por la derecha a la jugada, y envió rápidamente un decisivo correo electrónico al coordinador de fútbol 7 del Barça, Marc Serra, publicado hace unos meses por Jijantes, en el que apremiaba al club a agasajar al pequeño futbolista: “Debemos hacer esta gestión durante esta misma semana, ya que este club durante el mes de febrero firmará un contrato de colaboración con el Espanyol”.

Y así sucedió. A su vuelta a tierras catalanas, Lamine enseguida fue invitado acompañado de su madre a probar en un entrenamiento en el campo 7 de la Ciudad Deportiva Hans Gamper con el Prebenjamín A, un año por encima de lo que le hubiera correspondido. Y no solo eso, sino que al final de la sesión lo pusieron a jugar un partido contra el Benjamín D, con niños de ocho años. No importó la diferencia de edad. Maravilló a los presentes, entre ellos un Albert Puig que dirigía la cantera y que con su decisión de reclutarlo hizo su penúltimo acto de servicio culé, pues dejaría el cargo el siguiente verano.

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A nadie le importó que a ese chaval se le olvidaran las botas. Al contrario, detalles como darle unas de repuesto, ropa o pagarle un taxi para irse a entrenar hasta Sant Joan Despí durante dos meses, hasta abril, le hicieron tomar la gran decisión. Llegó el día en que tuvo que decidir: ¿Espanyol o Barcelona? El resto de la historia ya lo conocen.

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