Opinión

Un error y una barbaridad

La RFEF se equivocó al hacer hablar a los árbitros, estos buscaron revancha cuando no tocaba y el Madrid remató el desastre con su plantón.

De Burgos Bengoetxea y González Fuertes, durante su comparecencia de prensa.
MIGUEL MORENATTI | DiarioAS
Luis Nieto
Director adjunto. Licenciado en CC de la Información por la U. Complutense y máster en Transformación Digital y Estratégica (EOI), inició su carrera en el Diario Ya. Trabajó El Independiente y Diario 16. Llegó a AS en 1996. Ha ejercido las funciones de jefe de fútbol, redactor jefe, subdirector, director de la página web y director de Información.
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Siempre se ha entendido como una medida razonable sacar a los árbitros del debate mediático. Hablar después de los partidos solo serviría, en caso de error claro y manifiesto, por utilizar la terminología VAR, para que el colegiado intentara defender lo indefendible, en el peor de los casos, o para que el perjudicado se solazase viendo como el juez se flagelaba, en el mejor. Y si no tenía utilidad hacerles hablar a caso juzgado, menos aún la tiene exponerles antes del encuentro. Esas comparecencias se salvaban en tiempos de paz con unas declaraciones tópicas sobre lo ilusionante del reto y un amable que Dios reparta suerte.

Sin embargo, en el clima de tensión creado por el Madrid a raíz del caso Negreira, que ahí sí le asiste la razón, fue una imprudencia poner ante los micrófonos a De Burgos Bengoetxea y a González Fuertes. Más en el segundo caso, porque se trata de un colegiado que se va y se siente facultado para pasarse la diplomacia por el silbato.

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Quizá sean entendibles algunas de sus quejas, pero el momento fue terriblemente inoportuno. Y el Madrid, desafortunadamente, lo aprovechó hasta el hueso. Primero recordó en su televisión que ningún árbitro español estará en el Mundial de Clubes, para confirmar su tesis de que no tienen nivel; después pidió a la RFEF un cambio de colegiados entendiendo que prejuzgaban, lo que colocaba a los pies de los caballos al presidente Louzán de haber aceptado, y finalmente embarró el partido más bonito del año con un plantón a todos y a todo. Incluso sugirió ‘sotto voce’ una amenaza de incomparecencia con 26.000 madridistas en Sevilla entrada en mano. Una falta de respeto primero a sus aficionados; después, al Barça, que si bien es cierto que arrastra el pecado original, ni puso al árbitro ni le obligó a hablar. Y finalmente, al fútbol en general. Ya sucedió en el Balón de Oro y fue igualmente lamentable. Por segunda vez el Madrid ha decidido que se enfada y no respira en una escalada de radicalización que no está en su tradición ni en su historia.

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